Conocí a Adam Kahane hace ya muchos años y desde entonces su visión innovadora de la negociación me ha ayudado e inspirado. En 1996, desde la Fundación Buen Gobierno lo invitamos a venir a nuestro país, que en ese entonces atravesaba por una situación muy difícil, sumido en la inestabilidad política y la violencia.
Kahane nos ayudó con un ejercicio muy interesante. Logramos reunir a representantes de todos los sectores de la sociedad colombiana: del Gobierno y la oposición; campesinos y grandes terratenientes; sindicalistas e industriales; académicos, políticos y militares retirados; incluso miembros de las autodefensas y líderes guerrilleros que participaron vía telefónica.
Ese encuentro —que parecía improbable— dio paso a un proceso de discusión, reflexión y análisis nunca antes visto en Colombia. Siguiendo la metodología propuesta por Kahane, este grupo diverso y complejo discutió en profundidad la realidad del país y los caminos que podría seguir en el futuro.
De allí salió el documento Destino Colombia, en el que se contemplaban cuatro posibles escenarios a los que podríamos vernos enfrentados: “Amanecerá y veremos”, “Más vale pájaro en mano”, “Todos a marchar” y “La unión hace la fuerza”.
Después de tantos años podemos decir que el ejercicio tuvo una claridad casi profética.
Poco a poco —y casi al pie de la letra— se fueron cumpliendo los vaticinios de Destino Colombia: desde la pérdida de la autoridad del Estado, la fragmentación territorial, el recrudecimiento de la violencia y el aumento de la pobreza y la inequidad social contemplados en “Amanecerá y veremos”, pasando por los intentos —desafortunadamente fallidos— de buscar la paz a través de una negociación a los que aludía “Más vale pájaro en mano”, siguiendo con el clamor del pueblo colombiano por un liderazgo fuerte y decidido contra los violentos que privilegiara la salida militar, del que hablaba “Todos a marchar”, hasta “La unión hace la fuerza”, el camino que hemos comenzado a recorrer, donde el trabajo conjunto de las fuerzas políticas y sociales nos llevó a culminar con éxito la negociación de paz para abrir las puertas a la reconciliación y el progreso.
Ese diagnóstico tan acertado confirma la utilidad y la eficacia del enfoque de Kahane para abordar la resolución de conflictos y el diseño de escenarios políticos, económicos y sociales que permitan encontrar soluciones a los grandes problemas que preocupan al mundo en la actualidad.
Por supuesto, la solución de estos problemas requiere de algo fundamental: la colaboración. Sin ella es imposible encontrar los caminos que nos saquen adelante y nos permitan resolver los acertijos y las dificultades que nos presenta la realidad.
Sin embargo, la naturaleza de la colaboración es más compleja de lo que pensamos.
Ese es el tema de este libro. La colaboración es a la vez necesaria y difícil, nos dice Kahane, y no siempre se da en ambientes controlados donde un grupo de expertos se pone de acuerdo y encuentra una solución que satisface a todas las partes. Y —sobre todo— no siempre puede darse entre gente que piensa de la misma manera y tiene los mismos objetivos.
A menudo —y cada vez más— es necesario colaborar con nuestros adversarios. Pero ¿cómo podemos tener éxito trabajando con gente con la que no estamos de acuerdo, o no nos cae bien, o en la que no confiamos?
Para lograrlo se necesita entender que la colaboración requiere flexibilidad. Kahane plantea que es fundamental escuchar realmente al adversario, sin prejuzgar, sin enemificar —es decir, sin simplificar las posiciones del otro y construir enemigos en una lógica de blanco y negro, sin matices— y con disposición a encontrar ideas valiosas, posibilidades de avance en medio del desacuerdo. Además, es crucial la creatividad: así como los artistas no tienen claro desde el principio cómo va a terminar su obra, por lo que experimentan, borran, vuelven atrás y corrigen, de igual forma un proceso de colaboración debe ir paso a paso, sin temor a los tropiezos y sabiendo que se pueden cometer errores que van a ser enmendados al final.
Para colaborar con el enemigo es necesario comprender que la complejidad y las divergencias no son obstáculos insalvables para alcanzar metas, para encontrar soluciones.
En Colombia lo sabemos bien. Para alcanzar la paz fue necesario embarcarnos en un proceso de negociación con las FARC —la guerrilla más antigua y más grande de América Latina—, un grupo armado que causó mucho dolor a los colombianos por décadas.
Aunque no estamos de acuerdo con las ideas de las FARC —y mucho menos con sus métodos—, nos sentamos con ellos para encontrar la forma de silenciar los fusiles y salvar las vidas de miles de colombianos. No podíamos resignarnos a continuar una guerra absurda, una guerra de más de medio siglo, que le trajo tanto sufrimiento a nuestro país.
Las condiciones estaban dadas: la guerrilla estaba debilitada luego de años de contundentes operaciones militares y de perder a varios de sus principales dirigentes. La correlación de fuerzas había cambiado y el Estado era más fuerte que antes, con la capacidad para responder con firmeza ante la acción de la guerrilla.
Era el momento preciso para sentarse a hablar y tratar de encontrar una salida negociada. Aunque fue muy difícil y tuvimos que superar numerosos obstáculos —los odios, las mentiras del pasado, la desconfianza—, por fortuna llegamos a puerto y alcanzamos un acuerdo.
Para llegar a ese acuerdo, requeríamos del apoyo y la comprensión de la región, de nuestros vecinos. Y aquí también nos tocó aprender a colaborar con el enemigo.
Yo tenía desde hacía varios años una enconada rivalidad con Hugo Chávez, quien era presidente de Venezuela cuando asumí el poder.
Sin embargo, al posesionarme como presidente, entendí que cuando los líderes pelean son los pueblos los que sufren, y acepté encontrarme con Chávez para limar asperezas. Lo hicimos en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, y allí acordamos —en un ambiente de cordialidad y buen humor— trabajar juntos por el bien de nuestros pueblos, así nuestras ideologías y formas de pensar y de concebir la tarea de gobierno fueran opuestas.
Kahane cita un fragmento del Popol Vuh que sirve para resumir ese empeño: “No juntamos nuestras ideas. Juntamos nuestros propósitos. Y estuvimos de acuerdo, y después decidimos”.
Pudimos colaborar, dialogar, debatir y converger con nuestros adversarios y, como resultado, hoy estamos construyendo un país en paz, una Colombia nueva que acoge la esperanza y deja en el pasado el lastre de la guerra.
Este libro nos ayuda a comprender que la colaboración tradicional se está quedando obsoleta. Necesitamos una nueva forma de hacer las cosas, una colaboración elástica —como la llama Kahane— donde tengan cabida todos los puntos de vista, que acoja tanto al poder como al amor —saber presionar en el momento adecuado y ceder cuando es necesario—, que no tema abordar temas complejos que parecen imposibles de resolver, que sepa avanzar poco a poco —incluso en el disenso— entendiendo que no hay solo una respuesta correcta y que se puede aprender sobre la marcha para ir afinando los mecanismos y encontrar las respuestas adecuadas.
Una vez, más Kahane nos muestra una senda que podemos recorrer para construir liderazgos más positivos —serios, reflexivos, democráticos—.
Es es, probblemente, el mayor aporte de esta obra: que nos invita a no temerle a la complejidad, a tener en cuenta las diferentes perspectivas y posibilidades que presenta y, además, estar dispuestos a cambiar nuestra estrategia si las circunstancias lo ameritan. Solo así podremos colaborar efectivamente y sentar las bases de un mañana mejor.